"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

lunes, 18 de octubre de 2010

LA INSPIRACIÓN. POR PABLO DE SANTIS.



El poeta Siao, que vivía desde el otoño en el palacio imperial, fue encontrado
muerto en su habitación. El médico de la corte decretó que la muerte había sido
provocada por alguna sustancia que le había manchado los labios de azul. Pero ni en
las bebidas ni en los alimentos hallados en su habitación había huellas de veneno.
El consejo literario del emperador estaba tan conmovido por la muerte de
Siao, que ordenó llamar al sabio Feng. A pesar de la fama que le había dado la
resolución de varios enigmas- entre ellos la muerte del mandarín Chou y los llamados
“crímenes del dragón”-, Feng vestía como un campesino pobre. Los guardias
imperiales se negaron a dejarlo pasar, y el consejero literario tuvo que ir a buscarlo a las puertas del palacio para conducirlo a la habitación del muerto.
Sobre una mesa baja, se encontraban los instrumentos de caligrafía del poeta
Siao: el pincel de mono, el papel de bambú, la tinta negra, el lacre con que
acostumbraba a sellar sus composiciones.

-Mis conocimientos literarios son muy escasos y un poco anticuados. Pero sé
que Siao era un famoso poeta, y que sus poemas se contaban por miles- dijo Feng-.
¿Por qué todo esto está casi sin usar?
-Sabio Feng: hacía largo tiempo que Siao no escribía. Como verá, comenzó a
trazar un ideograma y cayó fulminado de inmediato. Siao luchaba para que volviera la
inspiración, y en el momento de conseguirla, algo lo mató.

Feng pidió al consejero quedarse en la habitación. Durante un largo rato, se
sentó en silencio, sin tocar nada, inmóvil frente al papel de bambú, como un poeta que no encuentra su inspiración. Cuando el consejero, aburrido de esperar, entró, Feng se había quedado dormido sobre el papel.

-Sé que nadie, ni siquiera un poeta, es indiferente a los favores del
emperador- dijo Feng apenas despertó-. ¿Tenía enemigos?
El consejero imperial tardó en contestar.

-La vanidad de los poetas es un lugar común de la poesía, y no quisiera caer
en él.

Pero en el pasado, Siao tuvo cierta rencilla con Tseng, el anciano poeta, porque
ambos coincidieron en la comparación de la luna con un espejo. Y un poema dirigido
contra Ding, quien se llama a sí mismo “el poeta celestial”, le ganó su odio. Pero ni
Tseng ni Ding se acercaron a la habitación de Siao en los últimos días.

-¿Y se sabe qué estaban haciendo la noche en que Siao murió?
-La policía imperial hizo esas averiguaciones. Tseng estaba enfermo, y el
emperador le envió a uno de los médicos para que se ocupara de él. En cuanto a
Ding, está fuera de toda sospecha: levantaba una cometa en el campo. Había varios
jóvenes discípulos con él. Ding había escrito uno de sus poemas en la cometa.
- ¿Y dónde levantó Ding esa cometa? ¿Acaso se veía desde esa ventana?

Sí, justamente allí, detrás del bosque. Honorable Feng: los oscuros poemas de
Ding tal vez no respeten ninguna de nuestra antiguas reglas, pero no creo que
alcancen a matar a la distancia. ¡Además, la cometa estaba en llamas!
-¿Un rayo?
- Caprichos de Ding. Elevar sus poemas e incendiarlos. Yo, como usted, Feng,
tengo un gusto anticuado y no puedo juzgar las nuevas costumbres literarias del
palacio.

Feng destinó la tarde siguiente a leer los poemas de Siao.

A la noche, anunció que tenía una respuesta. El consejero imperial se reunió
con él en las habitaciones del poeta asesinado. Feng se sentó frente a la hoja de
bambú y completó el ideograma que había comenzado a trazar Siao.

-“Cometa en llamas”- leyó el consejero-. ¿La visión de la cometa le hizo a Siao
recuperar la inspiración?
- Siao trabajaba a partir de aquello que lo sorprendía. El momento en que se
detiene el rumor de las cigarras, la visión de una estatua dorada entre la niebla, una mariposa atrapada por la llama. De estas cosas se alimentaba su poesía. Aquí en el palacio, ya nada lo invitaba a escribir: por eso su pincel nuevo estaba sin usar desde hacía meses. Ding puso allí el veneno, y con la suficiente anticipación como para que nadie sospechara de él. Sabía que Siao, como todos los que usan pinceles de pelo de mono, se lo llevaría a la boca al usarlo por primera vez, para ablandarlo. Los restos del veneno se disolvieron en la tinta. Ésa fue una de las armas de Ding.

-Imagino que la otra fue la cometa- dijo el consejero.
- Ding sabía que al ver algo tan extraño como una cometa en llamas, la
inspiración volvería al viejo Siao.

Feng tomó el pincel de pelo de mono y escribió:
Una cometa en llamas sube al cielo negro.
Brilla un momento y se apaga.
Así la injusta fama del mediocre Ding.

- Mis dotes como poeta son pobres, pero acaso no esté tan alejado del tema
que hubiera elegido Siao- Feng limpió con cuidado el pincel-. Como asesino, acepta
las simetrías. Para matar a un poeta, eligió la poesía.

1 comentario:

  1. hola, con la búsqueda de una nueva inspiración me encuentro con esta historia tan magnifica !!

    gracias.

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