"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

martes, 18 de mayo de 2010

ESPANTOS DE AGOSTO. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.


Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.

-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.

Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico.

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

martes, 11 de mayo de 2010

LOS CASTILLOS. María Elena Walsh




Los castillos se quedaron solos,
sin princesas ni caballeros.
Solos a la orilla de un río,
vestidos de musgo y silencio.

A las ventanas suben
los pájaros muertos de miedo.
Espían salones vacíos,
abandonados terciopelos.

Ciegas sueñan las armaduras
el más sutil de los sueños.
Reposan de largas batallas,
se miran en libros de cuentos.

Los dragones y las alimañas
no los defendieron del tiempo.
Y los castillos están solos,
tristes de sombras y misterios.

lunes, 3 de mayo de 2010

HÉRCULES Y LOS DOCE TRABAJOS...


Hércules es el héroe mitológico por excelencia.
Sus hazañas no sólo entretenían a los hombres griegos a modo de relatos épicos sino que simbolizaban otros aspectos que eran importantes para ellos, como la invariabilidad del destino y el crecimiento personal, convirtiéndose en un modelo a seguir.

Hércules era el hombre fuerte, semi-mortal criado bajo las tutelas de seres míticos y extraordinarios que forja su propio destino sin los yugos de los dioses. Él se enfrenta a las iras divinas cara a cara y sale victorioso, es conocedor de sus capacidades y está seguro de sí mismo, pero Hércules también es mortal, así que dispone de comportamientos humanos, ello lo hace más vulnerable a los ojos del hombre griego, pues el héroe también se equivoca. Ese aspecto le confiere un halo más humano, algo que los griegos conocen bien, pues toda su religión está basada en deidades antropomórficas donde se cuestiona la personalidad y actitud de los propios Dioses, las debilidades forman parte del carácter de éstos y se muestran en cada relato sacro.



Hércules es hijo de Zeus y de Alcmena, el dios se enamoró perdidamente de ella por lo que aprovechando la ausencia de su marido Anfitrión que estaba luchando contra los teleboides, tomó su forma engendrando a Hércules. Anfitrión a su llegada yació con su esposa por lo que igualmente engendró otro hijo, con unas horas de diferencia, al que llamaron Ificles. Cuando Hera se enteró, enfureció de cólera y sabiendo que Zeus le había procurado una fuerza física descomunal a Hércules, y que había predicho que éste sería rey de Argos, postergó el nacimiento de los niños hasta los 10 meses y adelantó el de su primo Euristeo, haciéndolo por edad heredero de la corona de Argos. La propia diosa intentó matar al bebé cuando contaba con ocho meses de vida poniendo dos serpientes venenosas en su cuna pero Hércules logró matarlas con sus propias manos.

La infancia del héroe fue la propia que se les encomendaba a los niños de la época, destacó por su fuerza y valor pero en cuestiones artísticas Hércules era nulo, por lo que en un ataque de ira mató a Lino, el maestro de lira por excelencia, por lo que Anfitrión le castigó obligándole a cuidar los rebaños hasta los 18 años en el monte Citerón. Fue ahí donde Hércules dio muerte a un león por orden del rey Tespis que estaba acabando con el ganado de la zona, mientras duró la empresa el héroe se hospedo en el palacio de este, yaciendo cada día con una de las cincuenta hijas que tenía el rey.

El día que Hércules acabó con el león tropezó en el camino con los emisarios del rey Ergino, un rey despiadado que hacía pagar unos tributos abusivos a Tebas, por lo que les arrancó las orejas y la nariz y las envió a modo de collar al rey, éste enfurecido inició una guerra contra Tebas, pero Hércules lucho del lado de este último, saliendo vencedor de la contienda y consiguiendo el favor del rey Tebano que agradecido le ofreció a su hija Megara.

Hera, encolerizada por los éxitos de Hércules, se apareció a Euristeo dándole órdenes explícitas de que impusiera a Hércules doce pruebas que no pudiera realizar, así fue como Hércules fue llamado a su presencia, al principio se negó pero consultó el oráculo que le indicó la necesidad de realizarlos, Hércules en un ataque de ira, y bajo los efectos del enloquecimiento que le envió Hera, mató a sus propios hijos. Al volver en sí se dio cuenta de su error y abandonando a su desconsolada mujer Megara, se puso bajo el yugo de la autoridad de Euristeo en Argos, iniciando los doce trabajos que le iba a encomendar.

. . . Los doce Trabajos

Los doce trabajos, según los expertos podrían englobarse en dos grupos de seis. Los seis primeros se refieren a las pruebas que están localizadas en el Peloponeso, las otras seis se dan en diferentes puntos geográficos y en lugares míticos.


El león de Nemea

Esta bestia era hijo de Ortro y nieto de Tifón, fue educado y criado por la diosa Hera que lo situó expresamente en la región de Nemea para que acabara con la población del lugar cuando caía la noche, asesinando a cuantas personas se cruzaran con él, la prueba consistía en acabar con el animal, y lo cierto es que Hércules intentó acabar con éste lanzando sus flechas, pero el animal tenía la piel tan dura y era tan feroz y voraz que el esfuerzo fue inútil. Hércules entonces, cerró con rocas una de las salidas de la cueva del animal, lo acorraló dentro y utilizando sus propios brazos, lo asfixió. Posteriormente, arrancó su piel y se la colocó sobre sus espaldas y la cabeza a modo de casco, volviendo victorioso a Argos.

Fue de esta forma como se le representó en las cerámicas y esculturas griegas y romanas posteriormente, incluso Cómodo, el emperador, se disfrazaba de Hércules para expresar su fortaleza y su halo mítico en los espectáculos de gladiadores donde él mismo participaba.



La hidra de Lerma

Al igual que el león de Nemea, Hera crió a Hidra, una serpiente mitológica de nueve cabezas hija de Equidna y Tifón, era colosal en sus proporciones, sus escamas duras como el acero y su aliento era venenoso y mortal pues desprendía gases tóxicos, de hecho era mucho más peligrosa que el león, porque aunque Hércules cortaba sus cabezas, de cada herida brotaban otras dos multiplicándose el peligro, asimismo de la sangre que manaba y que caía al suelo crecían escorpiones.
Apoyado por su sobrino Yolao, Hércules le mando hacer un fuego en el bosque que les rodeaba, esto le permitió quemar con los troncos ardientes cada una de las cabezas que seccionaba, cicatrizando la herida e impidiendo que de nuevo crecieran otras. Viendo que la del medio era inmortal, la cortó con su harpe, y la enterró, colocando sobre ella una enorme roca.

En un primer momento Euristeo, quiso anular la prueba alegando que Hércules había hecho el trabajo con su sobrino, pero finalmente por las presiones la dio por buena.


El jabalí de Erimanto

El tercero de los trabajos consiste en capturar, que no matar, a un jabalí enorme y muy feroz que vivía en el monte Erimanto, para hacerlo salir de su madriguera Hércules empezó a gritar obligándolo a huir hacia la zona de la montaña más cubierta de nieve. Ello hizo que el jabalí no pudiera huir tan fácilmente debido al espesor y que sus pezuñas se hicieran más pesadas. De esta manera le fue mucho más sencillo someterlo y llevárselo consigo. Cuando Euristeo vio la bestia huyó a esconderse diciéndole a Hércules que se deshiciera de él.



La cierva de Cerinia

Este animal era uno de los ciervos consagrados a la Diosa Artemisa, la cazadora, sus cuernos eran de oro y sus pezuñas de bronce y era tal su agilidad y velocidad que Hércules tardó un año entero en su empresa, el animal recorrió todo el mundo conocido hasta los Hiperbóreos, con lo que tuvo que recular, cobijándose posteriormente en Artemisio pero Hércules le clavó una flecha haciendo relativamente sencillo el apresarla y cargar con ella. A medio camino, el héroe se encontró con Artemisa y Apolo, que viendo que había apresado a un animal sacro quisieron darle muerte, no obstante Hércules inculpó del hecho a Euristeo y apiadándose de él, le dejaron marchar con el botín.



Las aves de Estinfalia

En el quinto trabajo Hércules debe acabar con una plaga de aves (según algunos mitos provistas de alas, picos y zarpas de cobre) situadas en el lago Estinfalia en la Arcadia que están destruyendo los cultivos.

Para hacerlas salir de la espesura del bosque Hércules utilizó unas castañuelas proporcionadas por Atenea y fabricadas por el Dios herrero Hefesto, el ruido que emitieron las asustó por lo que emprendieron el vuelo alejándose de la protección de los árboles. Hércules con sus flechas envenenadas las fue haciendo caer una por una acabando con todas ellas.



Los establos del rey Augias

Este episodio tiene como protagonista a un rey de la Elide en el Peloponeso, llamado Augias. Éste disponía de establos con una gran cantidad de ovejas y cabras de su propiedad, pero su avaricia era tal que no quería gastarse dinero en la limpieza de los establos por lo que los excrementos de los animales se amontonaban desde hacía años. Euristeu queriendo doblegar y ridiculizar a Hércules le obliga a limpiarlos. A cambio el rey le promete un tercio del ganado si logra limpiarlo todo, Hércules desvió los cursos de los ríos Alfeo y Peneo, y los dirigió hacia los establos limpiándolo todo. El rey quiso incumplir el pacto hecho con Hércules por lo que posteriormente inició una guerra contra él dándole muerte por su ofensa.


El toro de Creta

El toro, muy presente en la cultura micénica forma parte del sexto de los trabajos. El animal fue un regalo hecho por Posidón al rey Minos que debía sacrificarlo en su honor, pero el rey desobedeció las órdenes por lo que el dios volvió loco a la bestia arrasando todo y todos cuantos tenía a su paso. Euristeo encomendó a Hércules a que le trajera el toro vivo, después de que el héroe viajara hasta Creta le solicitó ayuda al rey, pero éste se la negó, aunque le invitó a que lo hiciera por sí mismo. Hércules logró capturarlo y lo portó hasta Grecia cruzando el mar con el animal sobre sus hombros. Euristeo quiso ofrecerlo a Hera a modo de regalo, pero se negó en redondo a aceptar algo que viniera de las manos de Hércules por lo que fue dejado en libertad.

Las yeguas de Diomedes

En esta ocasión Euristeo le encomienda la misión de traerle las yeguas del rey Diomedes de Tracia, hijo del dios Ares, y famoso por su crueldad pues a los caballos los alimentaba con carne humana. Para ello, Hércules mató al rey y lo descuartizó para alimentar a los animales y poder saciar su hambre, de esta manera le resultó mucho más sencillo apresarlos y llevarlos a Grecia consigo.



El cinturón de Hipólita

La hija de Euristeo, Admeta deseaba tener el cinturón de la reina de las Amazonas, Hipólita, regalado por el dios de la guerra Ares. Hércules se dirigió a Temiscira y le solicitó a la reina que se lo diera, ésta aceptó gustosamente, pero la diosa Hera enfurecida por la facilidad, se disfrazó de Amazonas y sembró el rumor de que Hércules quería raptar a la reina, por lo que los hombres de Hércules y las guerreras amazonas iniciaron una batalla, que acabó con la vida de la reina en manos de Hércules.



Los bueyes de Geriones

En esta ocasión Euristeo mandó a Hércules traerle los bueyes pertenecientes a Geriones, y que pacían en la isla de Eritrea.

Hércules después de atravesar Libia y el océano con la copa proporcionada por el dios Helio, llegó a la zona donde estaban los bueyes al cuidado de Euretión y su perro Ortro. Para hacerse con ellos el héroe tuvo que matar a ambos, pero el pastor que custodiaba el rebaño del Dios Hades estaba cerca, así que avisó a Geriones que Hércules había matado a su pastor y que huía con su rebaño. En vano el rey intentó darle muerte pues Hércules acabó con la vida del rey.



El can cerbero

Este ser mitológico era un perro de tres cabezas que custodiaba las puertas del inframundo, donde residían las almas de los muertos, éste se encargaba de que no entraran los vivos ni pudieran salir los muertos. Euristeo, encargó a Hércules que le trajera al can, sabiendo de antemano que nadie podía salir del infierno. Zeus para esta empresa le pidió a Hermes, conductor de las almas, que acompañara a su hijo, Hércules por su parte se inició previamente en los misterios de Eleúsis y se puso camino a Tenaro, donde se creía estaba la puerta de entrada a los infiernos. Cuando llegó se encontró con Teseo encadenado, Hércules le liberó de sus cadenas y emprendió el camino, cuando estuvo frente al dios Hades le solicitó a Cerbero, pero Hades le instó a que fuera él mismo quién redujera a la bestia, y así lo hizo, con sus enormes brazos, Hércules sometió al animal y se lo llevó a Euristeo, quién asustado obligó a Hércules a que se deshiciera de él. El héroe lo devolvió a Hades.



Las manzanas de oro de las Hespérides

Cuando la diosa Hera se casó con Zeus, Gea, les regaló unas manzanas de oro, que Hera plantó en su jardín y que custodiaban las Hespérides con la ayuda de un dragón.

Euristeo mando a Hércules a que cogiera los frutos de Hera, para ello Hércules tuvo que vagabundear por diferentes lugares del mundo haciendo uso de la copa de Helio para poder localizar el jardín. En una de las incursiones liberó a Prometeo de su cautiverio y éste a modo de recompensa le instó a que encontrara al Titán Atlas que era quién soportaba el peso de la Tierra y el único que sabía donde estaba el jardín de las Hespérides.

Hércules llego a la región de los Hiperbóreos, encontrándose con Atlas. Para convencerle le dijo que él mismo sostendría el mundo liberándole de la carga mientras Atlas iba a buscar las manzanas. Así fue como Atlas volvió con las manzanas en sus manos, pero le dijo que él mismo iría a dárselas a Euristeo, Hércules viendo que sería condenado a cargar con la Tierra sobre sus hombros, engañó de nuevo al Atlante, diciéndole que por favor, sostuviera un momento el mundo mientras se colocaba una almohada en los hombros para protegerlos, Atlas cayó en la trampa y Hércules marchó con las manzanas. Finalmente como Euristeo no sabía qué hacer con éstas, se las regaló de nuevo a la Diosa, quién las volvió a colocar en su jardín.


Hércules murió en una pira incendiaria que él mismo solicitó que hicieran, debido a que la túnica que encargó para vestir el día que tenía que hacer un sacrificio a Zeus, la impregnaran de un veneno que al calor se adhería a la piel. Al no poder desprenderse de ella y debido al dolor de las quemaduras y el veneno, se hizo prender, mientras Zeus recogía su alma y la llevaba al Olimpo convirtiéndolo en Dios.

El culto a Hércules está presente en todas las zonas que presumiblemente recorrió en sus numerosas hazañas. Ejemplo de ello es Agrigento en la isla de Sicilia, donde se localiza un templo dórico en su honor.