Ulises tocaba su boca,
con un dedo tocaba el borde de su boca, e iba trazando sus bordes como si
salieran de su mano, como si por primera vez su boca se entreabriera, y le
bastaba cerrar los ojos para deshacerlo todo y volver a empezar, para hacer
nacer cada vez la boca soñada, con soberana libertad elegida para dibujarla con su mano por su cara, y que por un
azar que no buscaba comprender coincidía exactamente con su boca, que sonreía
por debajo de la que su mano dibujaba.
El placer se asociaba al
desborde, a éste con la locura, para llegar finalmente a los dominios de
Caronte. La decencia y la cautela proclamaban la mesura, el disimulo y la
sonrisa pudorosa. Frente al gemido gozoso, la vergüenza. Frente al abrazo
vehemente una tibia caricia. Circe disfrutaba enamorándolo ciegamente.